¿Cómo sé si mi hijo necesita un psicólogo?
- Si siempre está triste, enfadado o angustiado, conviene buscar ayuda terapéutica que le ayude a resolver sus conflictos
Antes de acudir con su hijo al psicólogo, los padres han hecho un largo recorrido. Se han inquietado, han discutido sobre lo que ocurre y están dispuestos a ponerle remedio. Aunque cuesta más aceptar los desarreglos psicológicos que los físicos, por fortuna se acepta con más naturalidad que hace unos años la necesidad de recurrir a este tipo de tratamiento.
Pero, ¿cuándo habría que llevar al niño y a quién consultar?
Hay que llevarle cuando sufre, si bien el sufrimiento no siempre es evidente. Los padecimientos psíquicos se suelen expresar a través de síntomas que señalan la existencia de conflictos internos como, por ejemplo, que el niño no hable aunque ya haya cumplido los dos años, que no juegue solo o que no se integre con los demás niños a partir de los cuatro años o que siga mojando la cama a los cinco. Los niños mayores de esta edad también pueden presentar síntomas como estar obeso, o triste, o no saber respetar las reglas de los juegos ni los turnos, no avanzar en su desarrollo escolar o mostrar conductas como un lenguaje insolente u obsceno, robar, tener tics…
Cuando alguno de estos síntomas es intenso o tiene demasiada permanencia en el tiempo, acaba afectando a las capacidades del niño, que sufre, y es entonces cuando conviene consultar a un especialista. Si los padres deciden que el niño necesita la ayuda de un profesional de la Psicología, aún tienen que enfrentarse, por lo general, a la idea de que son culpables de algo. La angustia producida por estos sentimientos pueden hacer que surjan pensamientos en contra como: “Mi hijo no está mal. ¿No me estaré arriesgando más si se le estudia en profundidad? ¿Acaso nos puede culpar de lo que le ocurre? Todo ello sin mencionar el tiempo y el esfuerzo económico que representa una terapia”. La culpa solo les sirve para angustiarse, pero no ayuda a resolver el conflicto. Solo lo empeora.
Este movimiento afectivo que inquieta a los padres proviene de la implicación que tienen en la vida de sus hijos, implicación que proviene del inconsciente y que, por tanto, les es desconocida. Todo estudio sobre la infancia implica al adulto, con sus reacciones y prejuicios.
LO IMPORTANTE. La primera vez que acudieron a la consulta iban muy nerviosos. Julio y Elena tenían una entrevista con una psicóloga. Su hijo Jorge tenía dificultades en el colegio y el tutor les había llamado para decirles que no estudiaba, que iba a suspender el curso y que el comportamiento con sus compañeros era muy malo. Les recomendó que consultaran con un psicólogo. Al principio, Julio se indignó ante esta propuesta, pero al final ambos decidieron seguir la recomendación del profesor.
Cuando salieron de la primera entrevista, ya estaban menos angustiados que cuando llegaron. La psicóloga les había dejado hablar y no les había hecho sentirse culpables. Tras hacer unas entrevistas con el niño, realizaría un diagnostico y les diría lo que convenía hacer. Jorge necesitaba tratamiento, sus dificultades de concentración se debían a tensiones internas que se llevaban gran parte de su energía. Los sentimientos hacia su padre eran muy ambivalentes y no podía resolverlos.
CONFLICTOS INTERNOS. En ocasiones, el rechazo a los profesores o a las cuestiones escolares enmascaran dificultades muy antiguas de oposición a los padres.
Los jóvenes desplazan con frecuencia su agresividad hacia la autoridad escolar, que está menos cargada de afectividad que la que conceden a sus progenitores y, de esta
manera, los salvan.
El mundo íntimo del niño está poblado de miedos, tabúes, deseos inaccesibles… pero también de magníficos recursos aún por utilizar. Estos son los que se ponen en marcha ante la escucha de un profesional.
Por su parte, cada miembro de la pareja ve lo que le ocurre a su hijo de una forma distinta. Al identificarse con él pueden volver, sin saberlo, a posiciones anteriores a la del amor adulto. Reviven, sin darse cuenta, algunas identificaciones con sus padres y determinados conflictos que les angustian. Se debaten entre la culpa o el intento de negar el problema quitándole importancia.
Lo que el niño expresa con su síntoma es un conflicto, un estado de crisis que le desespera y del que sale cuando comprende lo que le pasa. Los padres realizan una regresión a lo que vivieron con sus propios padres y, si quedan conflictos por elaborar, tienen más dificultades para ver al hijo como es. Este no puede hacerles revivir la relación como a ellos les gustaría. Entonces, es inevitable que se vean afectados por lo que le pasa al niño y el hijo se ve afectado por lo que les ocurre a ellos.
En tales situaciones, el espacio psicoterapéutico ayuda al menor, que construye su identidad resolviendo sus conflictos emocionales con los padres; pero también ayuda a los progenitores que, como tienen que implicarse en el tratamiento, aprenden a entender a su hijo, además de descubrir algo sobre sí mismos. Lo habitual es que se acuda a un profesional recomendado por el colegio, por un médico o por amigos que han pasado antes por una situación semejante.
En todo caso, los síntomas tienen un significado personal y único en cada niño. Los pequeños, al no tener el armazón de resistencia del adulto, enseguida se dejan ayudar cuando encuentran a un profesional que los escucha y les ayuda a comprender lo que les ocurre. Todos ganan.
PIDE CITA
Fuente: mujerhoy.com
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